Padre Lucas; autor de una revolución católica en Chacabuco

Las redes sociales locales hacen eco constantemente del cenáculo organizado por la Iglesia. En él, aparece un poco la voluntad del Papa argentino que busca el acercamiento de las nuevas generaciones alejadas de la religión. La iglesia es una institución que necesita mutar para arrimarse al fuego de las sociedades actuales. El Papa usa twitter oficial. En Chacabuco, el padre Lucas es un espejo de lo que pasa a más de 10 mil kilómetros, en el Vaticano. Con un espíritu joven, en las antípodas del catolicismo local, abre el juego a chicos y chicas. El cenáculo, está cada vez más en boca de los adolescentes, que por su espíritu de que “lo que pasa en el cenáculo queda ahí”, los convoca a ser parte.

Para las leyes, Chacabuco es una ciudad. Cuenta con poco más de 50.000 habitantes, varios edificios en construcción a los que la sociedad no termina de acostumbrarse. Una comunidad que aún tiene costumbres de pueblo, de otras épocas, donde el contexto era diferente. Familias cenando en su vereda, como cual maniquí en vidriera, y algunos más sueltos de ropa que los hombres plásticos de los comercios. Algunas casas se ven con puertas y/o ventanas abiertas de noche para que entre ‘la fresca’. Alguien grita truco en la sobremesa. Nadie parece recordar que la delincuencia está a la orden del día aunque sea en menor porcentaje que en otros lugares.

No soy creyente. Habré entrado no más de cinco veces a una iglesia por respeto a bautismos de familiares. Que como ocurre desde hace tiempo ya, si son obligados por sus padres tomarán la comunión y se confirmarán, para luego no volver a entrar a una iglesia como tantas personas allegadas que conozco.

Pero hay algo que me hace ruido. En los últimos años, niños que se encuentran ingresando a la pubertad, adolescentes en especial y adultos, están acercándose a la iglesia católica. Hablan de cenáculos, huellas y jornadas aunque no explican qué es. Inclusive empiezan a participar personas no creyentes. Me dicen que es cuestión de participar, de intentar y probar algo que solo se permite vivir una vez. Es una especia de retiro espiritual “que no requiere creer en Dios”. Es esa intriga, ese decir sin decir con el que juegan para que los jóvenes se sumen. Y sí que lo logran.

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Hoy es domingo a la mañana. El sol de noviembre avisando que se aproxima el verano, entibiece la mañana. A pesar de estar en la zona céntrica de la ciudad, el tránsito es muy tranquilo. Inclusive las aves permanecen en las copas de los grandes árboles que decoran la Plaza San Martín, algunas cotorras parloteando se hacen notar. Sólo hay un par de grupos de personas bien vestidos en la puerta de la Iglesia San Isidro Labrador, a 50 metros del inicio de la calle Padre Doglia, que como a lo largo y ancho del país, está ubicada frente a la plaza principal, al igual que la municipalidad y el banco. No es una iglesia muy elegante, al menos por fuera. Compuesta por bloques de cemento que no ha sabido conservar el color ante las sucias partículas que vuelan a diario, y apoyada sobre una vereda de pequeñas piedras que dan tonalidad rojiza. Algunas manchas de pinturas intentando tapar algún que otro grafiti que todavía parece dejarse leer y clásicos ventanales que solo permiten pasar unos pocos rayos de luz. En la vereda, las personas están esperando a los últimos asistentes para iniciar una misa solemne donde niños van a tomar la comunión, y lo que a mí me atrae, la  recepción de nuevos jóvenes que regresan de pasar un par de días en el cenáculo.

-Qué día peronista- Se escucha bromear un hombre. No hay una nube.

Las personas entran y se ubican a lo largo de las cuatro filas de bancos de madera que rellenan el lugar. Se ven en buenas condiciones y barnizados, aunque algunos se escuchan rechinar al acotejar a los fieles. Todos mirando al altar, aunque sin duda la atención se la lleva el gran ventanal de vidrio pintado con el retrato de una gran paloma blanca en el centro. El Padre Lucas entra por un costado, se para frente a todos y saluda.

  • Buenos días hermanos y hermanas.

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Lucas, es un hombre de 32 años, nacido en Mercedes. El último de los cinco hermanos. De voz media y suave, que no llega al metro setenta de altura. Tez más bien oscura, pelo negro y brilloso como embetunado, pero también algo revoltoso. Lacio pero duro, parece ser grueso al igual que sus cejas. Ojos algo separados que se amoldan a un rostro casi circular sin muecas a pesar de las continuas palabras. Solo se le mueve la boca.

Como se deja ver por fuera, también lo hace por dentro. Alguien que denota tranquilidad desde la suavidad de la voz, hasta los lentos gestos y pasos al caminar. También demuestra seguridad y felicidad con su vocación, su servicio a Dios a pesar de alguna que otra crisis juvenil.

  • En Cristo canalicé todo, llevándolo a los demás. Es lo único que el hombre necesita para ser feliz.

   Es alguien joven y con nuevos métodos. Rompe con algunos protocolos y juega con un dialecto moderno. Se escucha incluir palabras que utilizan los jóvenes en la actualidad, y que algunas personas oyen con cierto recelo y sorpresa. Lucas se amolda al uso de las redes sociales, e inclusive va al boliche, aunque asegura no tomar nada.

  • Gracias a Dios, a lo largo de mi vida nunca me fui enganchando con nada. Drogas, alcohol, nada que me haga mal.

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Se dan paso a distintas lecturas y oraciones. La abuela de una de las nenas relata entusiasmada cada paso a seguir durante la misa. La Homilía, la renovación de las promesas bautismales, hasta ser callada por su nieta de 12 años quien parece estar un poco avergonzada.

Palabras después, el cuasi avergonzado era yo. El Padre lee con cierta ligereza y todas las personas a quienes miro desorientado,  responden “creo” al unísono como quienes forman parte de un coro, haciendo retumbar la especial acústica que tienen las iglesias. En un costado, hay un mueble con varias copas con forma de cáliz que parecen chocar en un continuo brindis por las vibraciones que generan las ondas sonoras.

Para finalizar la comunión, se bendice a los niños e invita a participar de huellas, cenáculos y jornadas. Quizás el momento ideal para promocionar esas actividades. Y no de cualquier manera. En ese instante el Padre Lucas agarra su celular y se saca una selfie con todas las personas de fondo.

  • A ver a cuántos podemos ver de los que están acá que se sumaron al cenáculo después.

Introdujo a la iglesia la tecnología, jergas modernas y quebró ciertos estigmas. Modernizó el catolicismo para adaptarse a las nuevas eras y seguir en pie en un contexto histórico donde la religión está en continua discusión y se presta desfavorable. Tal vez la clave para este resurgimiento donde la gente habla de lo bueno de tener fe y no tener religión.

  • El Padre Lucas es una persona increíble. Todo esto, en gran parte por no decir toda, es gracias a él. Hizo una revolución en Chacabuco – dice Abril Castiglioni.

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Abril, o ‘Api’ para los que la conocen, es una chica de 19 años delgada con ojos color esperanza. Pelo lacio hasta el hombro que envuelve un rostro más bien alargado. Sonrisa grande, aparatos en su dentadura y un par de pequeños lunares que adornan su cara.

Participó del cenáculo un año atrás y al volver ya no solo tenía fe, sino que era practicante, como lo es hasta hoy. Tal cual nos dicen, al cenáculo solo es posible ir una única vez, pero al igual que otras chicas, ella va como organizadora del evento. No se puede desprender. No puede describir la actividad, no solo por estrategia para que se sumen, sino porque no encuentra palabras, cada oración la finaliza diciendo lo inexplicable que es, al mismo tiempo que ríe. A Lucas lo ve como alguien “súper” que brinda contención y apoyo tanto en buenos como malos momentos. Según Api, eso es lo que lo hace especial, y la razón por la cual volvió como tantos otros a la iglesia como lo hacía en su infancia.

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En cuatro días, para mí es el día de la música, pero el padre habla del día de Santa Cecilia, la patrona de dicha musa. Por eso luego de finalizar la comunión, se le dedica unos minutos a ella. En un rincón, una joven comienza a cantar acompañada por una melodía hecha por un chico que toca la guitarra como los dioses, si se me permite la expresión. Ambos parecen ser de unos 25 años de edad y estar contentos con lo que hacen. Un niño de 8 años se para de su banco y los invade cantando. Lucas, a diferencia de otros curas quizás, lo permite, no lo reta y todo sigue.

Ya es mediodía y las personas allí presentes aún, hacen fila para que el Padre los bendiga. Pasan los primeros y alguien quiere colarse. Un perro entra al trote y se acuesta a su lado. También parece querer. Algunos ríen mientras otros actúan con indiferencia. Al igual que con el niño cantor, nadie reta al animal como hubiera ocurrido en otro momento o con otros curas. Todo lo contrario, se agachó y lo acarició durante unos segundos.

  • Que la paz esté con todos y nos encontramos el viernes a las 15 en este lugar con los que quieran asistir el cenáculo y poder vivir con un poco más de tranquilidad.

Los presentes se saludan uno por uno, todos. Realmente  parecen afectados de manera positiva con lo allí vivido. Como si el significado de la religión en que algunos tanto creen, estuviese haciéndose presente después de mucho tiempo en cada persona que camina despacio hacia la salida. Talón y luego punta con lentitud mientras hablan con familiares, amigos y desconocidos. Muecas de alegría, patas de gallo en el vértice de cada ojo aparecen y desaparecen con cada sonrisa. Ya es un murmullo general al mejor estilo salón de clases escolar mientras los alumnos esperan a su maestra.

Dos minutos después, salieron todos y dentro de la iglesia, al borde del altar. El Padre Lucas gira y mira por unos segundos el ventanal de allí y lo escucho murmurar. Agarra sus pertenencias, me saluda con leve movimiento bajando su cabeza y se retira con un ligero tranco por la misma puerta del costado por la que había ingresado.

Por Juan I. Volpe